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Encuentro el mundo neurotípico superficial y artificial

Existir desde la neurodivergencia

Qué incómoda la vida, pero ya que estamos aquí…

Muy a menudo, más de lo que quisiera, me siento vacía y perdida, también terriblemente triste, aislada y huérfana. Es un sentimiento que he llevado conmigo desde que era muy pequeña. Quizá esté relacionado con el hecho de que experimento el mundo exterior como caótico y que tengo dificultad para encontrar sentido en cosas a las que otros les atribuyen significado esencial.

Puedo ser ajena a cosas para las que otras personas se preparan, pero siento un significado profundo por unos segundos cuando hay un olor a pasto mojado en el aire después de la lluvia o cuando encuentro la mirada de mi gata Zeroh en el balcón, temprano en la mañana mientras el sol está saliendo o cuando cae el atardecer y se refleja en las ventanas de mis vecinos, reflectando luz en la mía, o cuando recuerdo lo importante que es la poesía en mi vida. Solo pequeños destellos de significado y alegría abrumadores. Luego vuelvo a sentirme vacía y perdida la mayor parte del tiempo.

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En un mundo exterior, que con todas sus impresiones, constantemente está pinchándome y empujándome, de mala manera, diciéndome que desee más y que sea más, cuando todo lo que quiero es estar en paz con lo que encuentro significativo, y eso a menudo no es algo que el mundo exterior valore como suficientemente significativo.

Me cuesta encontrar significado en tener un determinado trabajo o en otros indicadores de estatus social, incluidos amigos y eventos sociales, pero también me resulta muy difícil planificar cosas en el futuro con las que otras personas estructuran su vida, como a dónde ir de vacaciones o qué hacer el próximo fin de semana, a dónde ir a comer y con quién. Cuando la gente empieza a hablar de estas cosas, casi entro en pánico por dentro, porque hay una brecha enorme entre ellos y yo; casi siento una sensación existencial de vacío y una fuerte alienación.

Me incomodan las miradas cómplices de la gente cuando me creen ingenua y rara por no entender sus formas de interactuar tan extrañas. Piensan que no me doy cuenta de su nefasta manera de intentar verme la cara de tonta, cuando, justamente por eso, los tontos suelen ser ellos. Con sus palabras vacías y carentes de empatía, sus «échale ganas» sus «sal de tu zona de confort» con su profunda incomprensión por lo diferente y su miedo ingenuo y mal informado.

Nunca he comprendido bien las cosas básicas, ya que no entiendo todo aquello que carece de espíritu.

Mientras tanto, observo sus patrones de comportamiento, y la pésima comunicación que usan, para intentar entender qué logran con esas formas tan vacías y anestesiadas de conectar con los demás. Me pregunto por qué, aunque fracasen, siguen intentándolo de la misma manera. Tal vez yo también soy víctima de empecinarme en mirar lo mismo una y otra vez, igual que esos otros hacen lo mismo con su comportamiento y comunicación a pesar de saber que terminará de la misma manera… ¿o no?

La gente es incómoda, fatídica, prejuiciosa, aburrida y sobre todo, predecible… lo que los hace tiernos la mayor parte del tiempo.

Quizá yo también sea tierna y fatídica.

Me agradan los patrones que se repiten y varían en bucle dentro de su misma repetición, conservando su esencia viva mientras dan un breve espacio a lo nuevo, cargado de posibles nuevos resultados llenos de más vida. Soy completamente ajena a las cosas que otras personas planifican y a su manera suave y plana de ejecutar y justificar su existencia.

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Cuanto más cansada estoy, más fuerte es esta sensación de estar perdida, vacía y desamparada dentro de mí y en el mundo, y a menudo estoy cansada, debido a las impresiones, las expectativas y el intento inútil de encajar y navegar en un mundo cada vez más agresivo, cerrado, inestable, caótico, consumista y superficial. A esto se suma toda una vida tratando de ser neurotípica, de intentar ajustarme a esa norma impuesta por un montón de gente inerte, lo que ha creado una constante incertidumbre y estrés por tratar de estar alerta para poder manejar la vida.

Es difícil reaprender y cuidar de un sistema nervioso estresado tantos años después, ya que el piloto automático de simplemente intentar sobrevivir en el mundo de los demás se ha convertido en una parte integral de mí. Realmente solo me siento segura cuando sé exactamente qué hacer en el momento y puedo sumergirme en una concentración total, como cuando escribo poesía, ensayo, escribo alguna tésis que nadie leerá, analizo software malicioso o creo joyería (una forma de meditación). Ese hiperfoco me saca de un mundo lleno de demandas absurdas y me lleva a un estado de flujo donde vuelvo a sentirme segura.

Mi cerebro es extremadamente bueno para mantenerse enfocado en una sola cosa, especialmente si es algo que me interesa, pero le cuesta cambiar de foco. Relacionarme y formar parte del mundo exterior, así como atravesar la vida cotidiana con todas las tareas que implica, requiere cambiar constantemente de enfoque. Eso me agota mentalmente como físicamente y, como consecuencia, me siento estresada, vacía, perdida, cansada y adolorida. No conozco otra forma de sobrellevarlo más que intentar estructurar mi vida diaria y reducir las exigencias que me impongo. Permitirme estar más presente en los momentos que favorecen el flujo, la creación y el hiperfoco.

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Mi cerebro habita el mundo de una manera particular.

Soy una mujer autista, diagnosticada a los nueve años, cosa que no hizo ninguna diferencia en mi vida; hasta mi segundo diágnostico en el dos mil dieciocho, después de mi segundo intento de suicidio.

tengo Tdah, estrés postraumático y vivo con ideación suicida constante, para mí, una de las partes más difíciles con las que convivo a diario; mérito de un trastorno esquizoafectivo que he tenido desde que tengo uso de razón. Esto último significa que convivo con síntomas propios de la esquizofrenia, como alucinaciones visuales y auditivas, paranoia y delirio de persecución, sobre todo cuando paso por mucho estrés, pero también con los de un trastorno del estado de ánimo. En mi caso, un vaivén entre la corta y ligera euforia de la hipomanía y los abismos de la depresión mayor.

Medianamente controlados con medicación por algunos años. Por supuesto esto no quita que mi percepción de la realidad a veces no coincida con la de los demás. Oh, ¿te sorprende? ¿Pensaste que solo era rarita, excéntrica? Qué ternura. Supongo que era momento de revelarlo, pues no cometí ningún crímen como para tener que esconderlo, aunque en mi realidad no cambia nada.

Lo que los demás procesan como ella es rara pero cool, debe ser autismo leve, no se le nota es en realidad el resultado de un rendering en tiempo real: cada sonrisa, cada respuesta verbal, cada interacción es un output de múltiples variables procesadas en paralelo. El problema de una interfaz tan pulida es que nadie sospecha la cantidad de RAM que consume mantenerla activa.

Leve, pronuncian con ese alivio palpable. Leve como el procesamiento en la nube, invisible hasta que el servidor falla. Leve como el trabajo emocional, inexistente hasta que dejas de hacerlo. Leve es el eufemismo que la cultura reserva para has optimizado tu autismo para mi conveniencia. Es el adjetivo que recibe quien dominó el arte de la disociación funcional: estar físicamente presente mientras tu conciencia ejecuta subrrutinas de supervivencia en segundo plano.

Entre la gente no estoy calmada ni estoy tranquila; estoy ejecutando un modo seguro donde las funciones no esenciales —como registrar que tengo hambre, sed, o necesidad de ir al baño— quedan suspendidas para conservar toda la energía.

Por eso en lo posible intento ser mi yo más auténtica, porque mientras más competente parezco, más cargas me depositan, entre más “flexible” me muestro, menos comprenden mis límites reales.

Mientras más aguanto con una sonrisa, más asumen que puedo ser el contenedor de las ansiedades y la basura ajenas, aunque yo misma esté desbordándome en privado. La máscara no solo esconde el autismo; crea un estándar de funcionamiento que es, por definición, insostenible.

No tengo una teoría elegante sobre si vivir siendo autista junto con mis otras condiciones se vuelve más llevadero con el tiempo. Pero tengo esto: ahora tengo las palabras exactas que definen de alguna manera mi experiencia humana.

Tengo una comunidad de personas cuyas neurologías reconozco como parientes de la mía. Y tengo, sobre todo, y hace ya bastante, la decisión deliberada de dejar de ser cómoda. Y siete años desde el diagnóstico completo he aprendido que leve nunca fue una descripción de mi experiencia interna sino de tu comodidad al presenciarla desde afuera. Y esa comodidad ya no es mi responsabilidad.

Yo siempre he sido así, una mente que opera en una frecuencia distinta, analizando el mundo con una profundidad casi absurda, lo que me permite captar detalles que otros ignoran, analizar el mundo con perspicacia y, al mismo tiempo, desconectarme por completo de lo que muchos consideran esencial.

Su mundo (neurotípico)

Puedo concentrarme con dicha y facilidad en lo que me interesa, pero como dije antes, cambiar de enfoque es otra historia. Mientras el TDAH me lanza en múltiples direcciones, la parte autista de mí busca patrones, lógica, rutina y estructura en un entorno que se siente caótico y banal.

Los síntomas negativos del trastorno esquizoafectivo, por su parte, introducen una distancia entre mi mundo interior y la realidad compartida: la motivación no surge de forma natural, si es que surge. La energía no fluye como debería, pero mi mente lo compensa con una observación más aguda, más despiadada. Las alucinaciones no son constantes, pero cuando aparecen, el mundo se vuelve fascinante en su propia forma retorcida, como si el velo de lo ordinario se rompiera por un instante y revelara algo más interesante detrás.

Mi mundo se transforma en un entorno más profundo, más simbólico, como si el mundo tuviera capas invisibles a las que solo yo puedo acceder, sin duda, un multiplano más interesante.

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Decido hablar de esto porque creo que es importante, sin importar los juicios ajenos, que se desestigmatice la enfermedad mental y la neurodivergencia

en un mundo que quiere e intenta a cada minuto decirnos quién somos y quién no debemos ser, uniformarnos con su igualdad aplastante, es urgente, porque cuando eres así, la familia y los amigos tienden a desaparecer. No con dramatismo ni escándalo, sino con la elegante cobardía de quien simplemente deja de responder. Se deslizan fuera de tu vida con la misma naturalidad con la que se deslizan fuera de una conversación incómoda. No porque te odien, sino porque les resulta más fácil fingir que no existes que lidiar con la incomodidad de tu existencia real. Pero en mi caso especifico, nunca he tenido el más mínimo interés en ser la mascota emocional de nadie. Si para ser aceptada tengo que volverme inofensiva, dócil y predecible, prefiero el exilio. La soledad no es un problema cuando la alternativa es rodearse de gente cuya mayor aspiración es no sentirse incómoda.

En los últimos treinta y nueve años de vida, durante cada día, he luchado contra eso, contra este sistema manipulador, lleno de gente manipuladora y a la vez manipulada, porque a pesar de todo no he necesitado encajar en un sistema diseñado para inteligencias más simples ni justificar la forma en que existo. La mayoría sobrevive siguiendo estructuras rígidas y predefinidas, sin cuestionar su propia programación. Yo, en cambio, observo desde afuera, con la lucidez de la locura de quien no necesita validación ni permiso.

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Moverme en la realidad cotidiana es un desafío no porque me falte capacidad, sino porque me sobran dimensiones para procesar. La sociedad espera un ritmo, una estructura, una forma de ser que nunca ha sido la mía. Por eso, encontrar espacios donde pueda sumergirme en mi propio flujo es esencial. Ahí, en la escritura, en la contemplación, en el pensamiento sin restricciones, es donde todo cobra sentido. No es que no pueda adaptarme, es que no veo la necesidad de hacerlo.

Decidí hablar de esto hoy porque, en el fondo, la opinión de la mayoría no tiene ninguna relevancia en mi existencia. Mi vida está fuera del alcance de los perdedores. No intento justificar mi existencia, o mi quizá no existencia, porque la mera idea de hacerlo es absurda. No hay tribunal ante el cual deba rendir cuentas ni estándar contra el que deba medirme. Si este dispatch suena a un manifesto, es porque lo es. No una súplica, ni una explicación, ni una busqueda por aprobación externa, sino una afirmación irrefutable: existo bajo mis propios términos, en un eje distinto al de la medianía.

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No me interesa la redención que otros persiguen ni las ilusiones que los mantienen funcionales. Vivo en un espectro de realidad donde la percepción no es unívoca, donde los márgenes de lo real se doblan sobre sí mismos y la conciencia es un territorio vasto, inexplorado. La mayoría está atrapada en la linealidad del pensamiento utilitario; yo me desplazo entre fractales de significado, donde la inteligencia no es solo una herramienta, sino un prisma que distorsiona y revela a la vez.

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Y si alguien no comprende esto, está bien. No fui hecha para ser comprendida por todos. No fui hecha para encajar, sino para existir de manera absoluta bajo mis propios terminos. No es que no pueda adaptarme… es que simplemente no me interesa.

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@flabelum

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